Leonel
tenía las manos congeladas. El frío viento invernal le pegaba de frente y no
tenía forma de protegerse de él.
La
parada de colectivo en la que esperaba estaba a la intemperie, sin árboles ni
paredes cerca en la cual guarecerse.
Movía
sus pies sin cesar para poder calentar su cuerpo. Cada minuto que pasaba se
arrepentía de haberse levantado tan temprano. No era un buen día para salir a
robar. Todavía faltaban varias horas para que salga el sol y la ropa que
llevaba era insuficiente para contrarrestar el frío. Cuando estuvo a punto de
volverse a su casa el colectivo asomó a lo lejos. Esperaba con ansias estar
dentro del vehículo, con mucha gente a su alrededor apretujándolo. Hoy iba a servirle
no sólo para revisar carteras y bolsillos sino también para evitar el
frío.
Cuando
el ómnibus se acercó lo suficiente pudo ver a través del vidrio delantero que
estaba vacío. Iba a tener que esperar a llegar al centro de la ciudad para
empezar a "trabajar". Pero viajar sentado no le molestaba y hasta
quizás podría dormir unos minutos.
Le
hace una seña con la mano para que se detenga y cuando el chofer le abre la
puerta ve extrañado que efectivamente no había ningún pasajero. Todos los
asientos estaban vacíos. <Qué raro>, pensó.
-¡Buen
día! ¿Qué frío, no?-, le dijo el conductor con una gran sonrisa.
Lo
tomó de sorpresa. Nunca hablaban ni saludaban los conductores de ómnibus. Menos
a esas horas de la madrugada.
-Hola...si,
hace mucho frío-, le contestó solo por cortesía. No tenía ganas de hablar.
-No
va a ser por mucho tiempo, así dicen las noticias-, le replica mirándolo por el
espejo retrovisor sin dejar de sonreír
Leonel
le hizo una mueca de sonrisa forzada. Sacó su boleto y se sentó en el fondo,
bien lejos para evitar que continúe la charla. Apoyó su cabeza en el asiento y
aunque todavía lo intrigaba viajar tan solo la comodidad y la calefacción lo
indujeron lentamente al sueño, no sin antes volver a mirar hacia adelante y
percatarse que el chofer seguía con la misma expresión estúpida que tenía
cuando subió. Ni bien retomaron la ruta principal se durmió profundamente.
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El
solitario viajero se despertó sobresaltado y con un calor sofocante. Tenía el
torso húmedo y sobre su frente las gotas de sudor caían como catarata. Se secó
la transpiración de la cara con las manos y se quitó la bufanda y la campera. Aún
seguía en el vehículo, aunque este estaba estacionado y el conductor había
desaparecido. Afuera la oscuridad era absoluta, no podía ver nada, apenas una
luz en el fondo como si de la salida de una cueva se tratara.
Se
bajó y comenzó a mirar a su alrededor. La temperatura era agobiante al punto de
que le dificultaba casi respirar.
Sus
ojos lentamente comenzaron a acostumbrarse a las penumbras.
De
pronto escuchó grotescas risas que se acercaban. Comenzó a sentir miedo. Su
transpiración empapaba ya todo su cuerpo.
-Creo
que no aún no lo sabe-, dijo una de las voces riendo malévolamente.
Las
siluetas comenzaban a tener formas cada vez más definidas. En una de ellas pudo
reconocer al conductor y a pesar de que era la primera vez que veía a su
acompañante comprendió lo que estaba pasando. Para su desgracia aquello no era
una cueva.
Leonel
se arrodilló y comenzó a sollozar
-Hola,hijo
mío-, le dijo una voz cavernosa.
Un
segundo después sintió las pesadas manos de Satanás posándose en sus hombros.
FIN
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