lunes, 20 de enero de 2014

El Viejo Germán

Cuando giré en la esquina de la casa de mis padres vi un grupo de personas  hablando en la acera de enfrente. Busqué un lugar donde estacionar y me acerqué, viendo que entre esas personas estaba mi mamá. Cuando me vio,me saludo con una mirada triste diciéndome que Don Germán había sido internado producto de un desmayo mientras regaba sus plantas. Si bien tenía más de 70 años, siempre había sido un hombre con una salud envidiable.
Un nudo comenzó a cerrarse en mi garganta y miles de imágenes comenzaron a arremolinarse en mi cabeza.
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Cuando era un pibe el viejo Germán salía todos los días a la tarde a tomar mates a la vereda. Su casa estaba ubicada en la ante esquina y lindaba con el baldío que los chicos del barrio usábamos para jugar al fútbol. Siempre se quedaba mirándonos enfundado en una vieja y gastada camiseta de Boca de los años 10. El viejo tenía una prominente panza y en su cabeza sólo quedaban algunos resabios de pelos canos detrás de sus oreja y nuca. 
Todas las tardes cumplía con el mismo rito,sacaba una silla a la vereda mirándo hacia el campito mientras tomaba mates. Luego de unos minutos comenzaba con su show. Se levantaba con dificultad de la silla y empezaba a darnos indicaciones de lo que debíamos hacer en el campo de juego. "Largála rápido,rojo","Tenéla más,rubio", "Pegále al arco,flaquito",nos decía sin saber nuestros nombres. Y nosotros le hacíamos caso,más por respeto que por otra cosa. Y el"rojo"la largaba,el "rubio"la tenía y el"flaquito"le pegaba al arco. A mi me decía"pilincho" por mi corte de pelo al ras. Cuando el partido promediaba el viejo Germán, ya parado en el medio de la canchita,nos enloquecía con sus consejos,retándonos o aplaudiendo alguna jugada al grito de"Bieeeen,nene",cuando hacíamos una buena jugada. Dirigía,arbitraba y detenía el partido cuando lo creía  necesario para marcarnos jugadas o faltas. Apenas podía moverse debido a la edad y al sobrepeso ,pero lo hacía con tantas ganas que nosotros siempre lo obedeciamos. Nos hacía sentir jugadores de verdad.
Mis papás-que también se sentaban a la tarde en la vereda a disfrutar de unos mates y de la tranquilidad del barrio- miraban divertidos como Don Germán interactuaba con nosotros, enojándose,sonriendo y haciendo gestos ampulosos con las manos. 
-"Ustedes tienen que ser más organizados. No sirve que corran todos detrás de la pelota como locos",recuerdo que nos decía a pesar de que justamente jugábamos a eso, a correr todos amontonados tratando de pegarle fuerte para adelante, y nada más. 
-"Tiene que haber dos defensores,uno en el medio y uno arriba,lo mismo para ustedes,hay que pararse bien en la cancha", argumentaba serio mientras señalaba con el dedo indice distintos lugares de la improvisada cancha donde cada jugador debía moverse. Tendríamos siete u ocho años, pero él quería que jugáramos con posiciones bien marcadas y que cumplamos funciones específicas.
Después de correr por horas y ya muy cansados,nos hacía sentar a su alrededor para darnos charlas técnicas que nos entraban por un oído y nos salían por el otro. 
Sabíamos muy bien que era un maestro jubilado,pero le encantaba fantasear con un supuesto pasado de futbolista amateur exitoso,plagado de trofeos y campeonatos ganados.
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-"¿Qué le pasó?, le pregunté preocupado.
-"No sabemos todavía,lo encontró Don Alberto tirado en el jardín a la mañana temprano. Al momento llamó a la ambulancia y se lo llevaron pero no supieron decirnos que le pasó". Miré  hacía la casa nuevamente.
Una vecina se acercó a nosotros y aproveche para dejar acompañada a mi madre. Crucé la calle y entré a la casa de Don Germán.
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Cuando el viejo se largaba a hablar no lo podíamos parar. Se iba de un tema al otro sin que haya conexiones entre ellos. Nos hablaba de su Berazategui natal, de cómo era antes que el Río de la Plata creciera y la dejara bajos sus oscuras aguas junto todas las demás localidades de esa zona, de sus compañeros de trabajo, de sus amores, de su equipo de fútbol, de música. Nosotros escuchábamos con asombro las anécdotas de su juventud lejana,romántica y algo exagerada.
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El portón estaba abierto. Varios allegados a Don Germán hablaban en el vereda. Saludé y me respondieron con un gesto cordial. Don Alberto,el vecino que lo encontró esa mañana había dejado las puertas abiertas para que el aire limpie un poco el olor a encierro de la casa. Como no tenía familiares cercanos,Don Alberto tenía las llaves por cualquier emergencia que surgiera.
Dentro, los rayos del sol iluminaban el pequeño living amueblado con dos sillones antiguos y una pequeña mesa de roble acompañada de cuatro sillas. En un modular tenía unos aparatos viejos,vasos y demás chucherías. En el lugar más alto y visible del mueble había dos trofeos con la base de algo muy similar al mármol de la que colgaban sendas medallas con inscripciones que decían"Campeones 2008" y"3er Puesto 2010".
Sobre una de las paredes pendía una pantalla de televisión holográfica  conectada desprolijamente a un visor de imágenes. Encendí el visor y se sucedieron una detrás de otras fotografías holográficas y videos de corta duración de su juventud. La primera lo mostraba posando con su equipo, llevando una camiseta celeste con vivos azules y la número 10. En otras estaba jugando,comiendo en grupo,con alumnos,en la escuela y en la playa. En todas ellas estaba riendo,feliz. Supuse que tendría unos treinta y pico en esos años. Sonreí al verlo ya calvo y llevando orgulloso un gran abdomen que denotaba que tuvo una buena vida. Y aunque era la primera vez que veía a sus amigos me pareció que los conocía desde siempre.
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Se acomodaba en el silla haciendo un sonido de esfuerzo con su boca para luego exhalar aliviado una vez que ya estaba en una posición cómoda. Y comenzaba:
-"Teníamos un equipazo. Beto,el arquero,era el mejor de la zona sur. Era imbatible,tanto por arriba como por abajo. Cinco años consecutivos la valla menos vencida de Berazategui y Quilmes. Lástima que le gustaba demasiado la bebida,sino seguro hubiera llegado a jugar en Europa y en la Selección. Y teníamos a tres hermanos que jugaban de memoria. Los vi hacer jugadas con los ojos cerrados,así de bien se conocían...y en el medio teníamos a un paraguayo que era una maravilla. Había sido suplente en Olimpia y hasta llegó a jugar en una selección juvenil de su país,pero una lesión lo marginó para siempre y no pudo llegar más lejos. Y arriba jugábamos el Adolfo y yo. El Adolfo era una bestia, le pegaba con un fierro. Y yo era el goleador y capitán. Ustedes ahora me ven así,pero de joven era flaco y muy ágil. Me comparaban con el pájaro Caniggia los muchachos porque además tenía el pelo largo y era muy rápido. ¡Y cómo saltaba! Me cansé de hacer goles,me cansé". Nos decía con tal convicción que era imposible no creer en sus palabras.
Las historias variaban según su conveniencia. Si defendíamos mal,nos contaba lo bien que él defendía cuando el equipo necesitaba que juegue abajo. Si alguno intentaba una chilena o tijera en el aire,él nos explicaba como realizar los movimientos. Según lo que decía,tenía más de 50 goles de chilena en su haber.
Una tarde le preguntamos porque siempre usaba siempre esa vieja camiseta. Nos dijo que le quedó de recuerdo de cuando fue a probarse al club de sus amores,y que aunque no quedó,en su corta estadía había visto en persona a Riquelme-un ex jugador de Boca muy exitoso allá por comienzos de este siglo- al cual admiraba mucho.  Desde ese día guardó esa camiseta como una reliquia. Nosotros mirábamos la camiseta y nos resultaba difícil imaginarnos esa enorme prenda en el cuerpo de un jugador de fútbol profesional.
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Me asomé por la ventana que daba al patio trasero de la casa,mirando cada rincón con nostalgia. Afuera,en una soga había ropa tendida. Mis ojos se posaron en un costado del patio. No podía creer lo que veía: en el lavadero estaba la vieja camiseta de Boca,desteñida,con algunos agujeros de polilla y descocida en una de las mangas. El azul era ya un violeta opaco y la franja amarilla tenía manchas que parecían de lavandina. La extendí con mis manos al sol para verla bien. Tenía la publicidad despegada pero para tener más de 40 años estaba muy bien conservada. Era su tesoro. Aún sabiendo que nunca perteneció al tal Riquelme, evidentemente para él aquella prenda había sido especial por algún motivo. La doblé y coloqué bajo mi brazo izquierdo para llevárselo cuando fuera a visitarlo a la clínica. Adentro seguían sucediéndose las imágenes pero ya Don Germán tenia varios años más, aunque seguía con la misma sonrisa franca de siempre.
Apagué el aparato y me fui, llevándome conmigo aquel pedazo de historia. Historia de la cual yo también era parte.
                                                                                                                       FIN


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