miércoles, 24 de julio de 2013

La Juana


Abro el corral y las ovejas salen felices. El aire fresco de la mañana y el aroma suave de la arboleda que abrazaba  nuestro rancho era reconfortante. Cuando la última salió cerré el pesado portón de madera y los animales  se quedaron quietos esperándome como si fueran fieles perros . Las más ansiosas y hambrientas se abalanzaron sobre las matas de pasto duros al borde del camino que ellas mismas hicieron. El trayecto al cerro donde pastan a diario es muy silencioso, silencio que solo se rompe por el canto de algunos pájaros y  de las baladas de mis blancas y esponjosas compañeras. Con el palo que llevo en la mano cada tanto golpeo un árbol o la tierra solamente por el placer de escuchar ruidos, lo que también alborotaba a algunas ovejas.
En la cima del cerro se abre una gran planicie de unos trescientos metros cuadrados con pastos muy verdes y altos que eran la delicia de mis amigas. Las ovejas se organizaban de tal manera que ocupaban casi todo el espacio dónde comen plácidamente. Aprovecho para sentarme y recibir los primeros rayos del sol buscando la manera más cómoda de pasar las largas horas que todavía tenía por delante. 
Ya pasaron casi dos meses desde que llegue de la ciudad y aunque las primeras semanas fueron muy duras para mi, hoy puedo decir que poco a poco me va gustando cada vez más esta apacible vida. La tranquilidad del campo es increíble y mis abuelos tienen una inocencia y bondad difícil de encontrar en otro lugar. No hay electricidad ni televisión, tomamos agua de pozo -la que yo acarreo con mis propias manos- y para mi desgracia-o fortuna,ya no lo sé- no hay la más mínima señal de celular y para hablar por teléfono con mis padres tengo que caminar casi una hora hasta el pueblo. Pero sin dudas lo mejor es la comida casera de mi abuela: nunca había probado algo tan delicioso, mucho más que la comida rápida que tanto comía en la ciudad. 
Otra cosa que me gusta mucho es compartir con mi abuelo esas cosas que nunca hubiera imaginado que iba a hacer, como encender fuego para hacer tortilla asada o calentar el agua de la pava para tomar mates. Los días son totalmente diferentes a los que conocía; comemos y nos acostamos bien temprano porque al otro día todos a las cuatro de la madrugada estamos arriba. Si mis padres pensaban que me estaban castigando mandándome acá se estaban equivocando, pero no quería que lo supieran. Igual a espaldas de mis abuelos me seguía dando algunos "gustos". Cuando íbamos al pueblo a buscar mercadería me compraba una botellita de algún licor y cigarrillos con dinero que tengo guardado para estos casos. Ahora mientras las ovejas disfrutan su desayuno yo aprovecho para prenderme un pucho, vicio que según mis viejos fue culpa de "la mala junta", mientras espero que pase ella, la Juana, como la conocen todos acá. Juana es una chica más o menos de mi edad, increíblemente hermosa y con una ingenuidad como la que solo pueden tener las personas del interior.
Le doy la última calada al cigarro y le pego un trago al licor para agarrar coraje.
-Bueno,ahora a arreglarme un poco-.
Con las dos manos me  acomodo el flequillo y me sacudo la remera y el jean para quitarme el pasto y la tierra. El sol empezaba a calentar pero la brisa seguía siendo muy fresca.
Llené los pulmones de aire puro y caminé hasta la base del cerro para ver si la Juana venía.
La conocí en este mismo lugar a la semana de llegar cuando pasaba por aquí camino a la casa de su tía que vivía al otro lado del cerro. Ella la ayudaba con los quehaceres del hogar ya que su tía era una mujer grande de edad y no podía sola. La primera vez sólo me saludo y siguió de largo pero la segunda vez la llamé y le pregunté su nombre y nos quedamos hablando un rato. Tenía una pollera muy larga, un saco de lana y llevaba unos zapatos muy gastados. En la ciudad hubiera pasado por una testigo de Jehová pero acá era la ropa normal de cualquier chica. Su cara  redondita, su pelo largo y lacio y sus ojos marrones eran de una perfección asombrosa. Aunque cuando le hablaba ella esquivaba mi mirada intuí que yo también le gustaba, pero supe que no me iba a resultar fácil sacarle un "si", esto no era la ciudad, toda la gente se conocía y las noticias y el chismes corrían como reguero de pólvora. Pero yo le gustaba, lo sabía bien y eso era un punto a mi favor. Todos los días desde ese primer encuentro la esperaba en el mismo lugar para charlar aunque sea cinco minutos y así ganarme de a poco su confianza.
Hasta que un día me animé y le dije lo que me pasaba, lo que sentía por ella. Nunca olvidaré la expresión de su cara, una mezcla de asombro y miedo como si nunca nadie le hubiera dicho algo así. Claro,en el pueblo no abundaba la gente de nuestra edad ya que la mayoría ni bien cumplían los 17-18 años, se iban a lugares con más posibilidades de conseguir trabajo o estudiar. Además, por lo que sabía ella no tenía trato con muchas más personas que sus familiares cercanos y yo. Fue tal su sorpresa que no solo no me contestó nada sino que se dio media vuelta y se alejó visiblemente nerviosa. 
Los días pasaban y aunque seguía haciendo el mismo recorrido para ir a lo de su tía apenas si me saludaba con un acotado"Buen día,¿cómo le va?", sin ninguna intención de quedarse a charlar.
Después de una semana de esquivarme sin miramientos por fin volvimos a hablar pero todavía se la veía muy avergonzada. ¿Lo mejor de todo? Ella fue la que se acercó a hablarme y para mi fue todo un triunfo pero esta vez no dije ni intenté hacer nada extraño por miedo a que otra vez se alejara de mi pero no pasó mucho tiempo hasta mi primer intento de robarle un beso. Aunque con su mano me lo impidió no se enojó, solo me sonrío diciéndome muy ruborizada, -Usted sí que es insistente-
-Cuando alguien me gusta los soy-, le contesté. Sonrió y se alejo haciéndose camino entre las ovejas. 
Al día siguiente me dije,<Tiene que ser hoy>
La esperé como siempre al borde del cerro y la vi acercarse con toda la parsimonia del mundo. Nos separaban a unos doscientos metros -me tuve que acostumbrar a medir las distancias así porque no había otra forma de calcularlas en el campo- y sus lentos pasos comenzaban a desesperarme, quería que llegara ya. Al levantar la vista me saludó moviendo su mano mientras que con la otra se arreglaba el cabello. Podía ver a lo lejos su amplia sonrisa mientras el calor en mi cuerpo subía con cada paso que ella daba.
-¡Buen día, ¿como le va?-,me dijo,
-Ahora que la veo a usted gurisa mucho mejor-,le respondí con un tono forzado que le causo mucha gracia. Reímos juntos. Cuando la tuve lo suficientemente cerca la tomé de la cintura y la bese. Un beso tierno. Ella se quedó inmóvil. Lo hice rápido, sin darle tiempo a nada. Para mi sorpresa ella me abrazó con fuerza y me besó apasionadamente hasta que pareció darse cuenta de lo que acababa de hacer y se apartó bruscamente. Tenía las mejillas enrojecidas y mirando al suelo me dijo:
-¡Esto no está bien!- Y salió corriendo. Aunque la llamé varias veces no me hizo caso y se perdió en el horizonte. Más allá de lo extraño que había resultado todo mi felicidad tan grande que abracé con fuerza a la oveja que tenía más cerca.
Ya en el rancho entro a la casa y veo a mi abuela cocinando en esa olla inmensa y negra que siempre usa. Me mira y con una sonrisa me pregunta como había ido todo. Yo, con una felicidad desbordante la abrazo y le respondo -¡Muy bien abuela,hoy tuve un gran día!.
Mientras me desarmaba las trenzas saludé a mi abuelo con un beso y me fui a preparar la mesa, no sin dejar de pensar en cómo se pondrían mis padres si supieran que el lugar donde esté no va a cambiar lo que  realmente soy,una mujer feliz.
                                                                                                                FIN

5 comentarios:

  1. la vida campestre y el amor bien!..pero le cambiaria la ilustracion o es un mensaje metaforico??

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  2. no,para nada,no hay nada metafórico, solo una imagen,nada más

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  3. ah lo mencione porque podria prestar a confusiòn.

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  4. no,la imagen es solo ilustrativa,para ponerle color Marcela

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