miércoles, 22 de julio de 2015

No Fiuchur


El convoy de camionetas y jeeps levantan polvareda en su veloz viaje hacia el “área de caza”. Varios kilómetros más adelante las "presas" presentían el peligro y se preparaban para hacerles frente.
Sergio Rockman se acomodó frente al montículo de piedras que alguna vez hace apenas una década, fue una casa. Miraba fijamente al horizonte, esperando.
-Todavía me cuesta aceptar que estemos viviendo así, como en la maldita prehistoria-, dijo rascándose la barbilla.
Aníbal Boy,su hermano, hizo como que no lo escuchó y siguió preparando la táctica defensiva. Era un tema del que prefería no hablar.
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Desde la renuncia de De la Rúa en aquel fatídico 2001 y la sucesión de de los cinco presidentes seguidos en una semana, el club del trueque, los patacones y el "qué se vayan todos" que se cumplió con creces debido a la presión popular, todo había cambiado.
En el territorio nacional la población, harta de todo, asesinó a políticos, empresarios, religiosos y policías. Ni siquiera el ejército pudo hacer frente a las multitudes enardecidas que terminaron siendo masacrados con sus propias armas. Los muertos se contaban por millones.
El mundo entero vio lo que sucedido y no hizo nada, dejando librado a su propia suerte a aquel país, otrora granero del mundo. La anarquía se instauró para no irse más.
La Argentina era ahora una selva violenta y sangrienta.
Sin una autoridad central los distritos pasaron a ser especies de ciudades-estado donde la clase acomodada se servía de los restos que le quedaron de aquel bienestar económico para vivir a costa de los pobres, esclavizándolos en sus fábricas y hasta para divertirse con ellos cazándolos como animales. Fue increíble la facilidad con la que se adoptaron nuevos sistemas, parecidos a las que existieron en las antiguas civilizaciones. De esta manera resurgieron reyes, nuevas religiones y esclavos. Por relatos de algunos viajeros se sabía que en Córdoba hasta se había implementado un sistema de castas similar al de la India. Una locura.
Quilmes era ahora una zona de guerra entre dos bandos. Unos, los que vivían en el área delimitada por las Avenidas Varela, Mosconi, Lamadrid y Mitre y los otros, los habitantes de las localidades que bordeaban el viejo centro quilmeño, de la cual Solano era el lugar predilecto para las cacerías. Y es que allí,en Solano ,estaba lo que para los cazadores eran los premios mayores: Aníbal y Sergio, los líderes de los rebeldes.
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Los aullidos excitados de los jóvenes -todos habitantes del residencial barrio Los Cedros- y el ruido ensordecedor de los motores eran acompañados por una estela de polvo. Blandían sus armas con frenesí esperando ansiosos llegar al área de caza.
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-¿Escuchás?
Sergio asintió preocupado. A lo lejos se escuchaban los gritos, como si de un malón guerrero se tratara. Sergio se arrodilló y tomó su arco apilando varias flechas con puntas de clavos oxidados a su lado. Aníbal por su parte se quitó con sumo cuidado la gomera de madera tallada de su cuello, como haría una mujer con un collar de diamantes recién estrenado. De un morral con motivos tribales sacó un frasco de vidrio con los proyectiles más increíbles que nadie en el mundo creería y que eran su marca registrada: ojos de vidrio. Brillantes y coloridos ojos de vidrio. Nadie sabía de donde los sacaba y nadie se atrevía a preguntarle, ni el mismo Sergio.
-Odio toda esta situación-.
Sergio lo miró de reojo pero sabía que era una verdad a medias. Si bien era cierto que odiaba ver a la gente correr desesperada para salvar su vida, también era cierto que le encantaba dispararles a los “cazadores”. Los ojos de vidrio viajaban a una velocidad increíble haciendo un sonido similar a un atemorizante silbido. Y la mayoría de ellos daba siempre en el blanco.
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Las camionetas estaban a unos 200 metros de la barricada de los dos rebeldes, situada sobre el borde oeste del arroyo Las Piedras y el puente de la calle 850. Los cazadores prepararon sus armas con tranquilizantes y balas de gomas. Ansiaban ver a esas personas correr como animales y comenzar lo que para ellos era casi un juego. Una vez capturarlos eran llevados a las enormes factorías del centro del distrito para que trabajen sin descanso, produciendo alimentos y vestimentas para las clases dominantes.
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Sergio apuntaba con el arco en dirección al Jeep verde militar que venía a la cabeza de la caravana. En ella iban seis ocupantes, dos sentados adelante y cuatro parados en la parte trasera.
-Espera a que se acerquen-, le dijo el arquero a su hermano. Este estaba totalmente inmóvil, concentrado, apuntando.
-Shhhhh-, lo calló.
Cuando estuvieron a tiro los dos dispararon al mismo tiempo. La flecha se Sergito se incrustó en el parabrisas, lo que obligó al conductor a dar un volantazo. El gomerazo de Aníbal fue tremendamente efectivo acertándole al cráneo de uno de los que iban parados detrás del jeep, que cayó rodando pesadamente sobre la calle.
-¡Nooo, malditos hijos de puta-, vociferó Tincho Vera, el conductor del jeep y cabecilla de los cazadores al ver caer a su amigo Daniel Norberto. Tincho frenó bruscamente provocando que los demás vehículos tuvieran que hacer la misma maniobra y se bajó corriendo hasta donde estaba el cuerpo de su amigo.
-No,Daniel no…-, dijo con ojos vidriosos.
-Tincho…creo que estoy bien…pero me parece que me rompió la cabeza ese hijo de puta…Mis lentes, quiero mis lentes.- dijo casi suplicando.
-Tranquilo Dani, juro que voy a cazar a esos mugrosos por vos- con un gesto le pidió a uno de sus muchachos que le alcance las gafas negras de Daniel y se las colocó-… ¿Estás mejor amigo?-. Daniel asintió. La sangre corría por su frente y se perdía tras su oreja.
-Juro que voy a cazarlos y a entregárselos al Rey Miguel para que trabajen de por vida en sus fábricas de alimentos.- le prometió entre lágrimas mientras acariciaba la entrecana cabellera de su moribundo amigo.
-Tincho…-tosió esputando sangre-…quería…quería decirte que…
-No lo digas Daniel, por favor no lo digas- Tincho temió por un instante que su amante secreto develara frente a todos aquello que era prohibido y castigado con la muerte.
Pero Daniel no alcanzó a decirlo. Había muerto en los brazos de su gran amor.
-¡NOOOOOOOOOOOOOOOO! Daniel…la puta que lo parió, Daniel, ¡¿por qué, Dioses, por qué?!- Tincho rompió en llanto mientras los demás miraban acongojados la terrible escena. Luego apoyó la cabeza de su amante en el asfalto y tratando de recomponerse miró con los ojos inyectados en sangre a sus camaradas, gritándoles con furia.
-¡Quiero a esos dos hijos de puta…¡AHORA!-
La guerra había comenzado.
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Aníbal y Sergio observaban toda la situación desde atrás de la barricada.
-Esto se va a poner muy, muy feo-, sentenció Sergio con preocupación.
-Vamos a escondernos-
Sergio tomó sus cosas y siguió a su hermano que se corría agazapado y velozmente delante de él. A unos cincuenta metros y mientras los cazadores se subían a los móviles, los hermanos se treparon a un frondoso árbol y se escabulleron entre las ramas. Una vez escondidos y fuera del alcance visual de los cazadores, Aníbal juntó sus dos manos frente a su boca e hizo un sonido similar al de una cacatúa, que era el aviso para su gente de que el peligro iba en camino. A varios cientos de metros los adultos más fuertes ayudaban a mujeres y niños a guarecerse en los pozos hechos especialmente para estas ocasiones mientras los demás hombres preparaban sus palos y piedras para la defensa.
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Martin Vera bufaba de rabia todavía lagrimeando en el asiento del acompañante del Jeep ahora conducido por su lugarteniente Raymond González.
Raymond era de piel oscura y afecto a la bebida. Tenía un carácter bonachón y continuamente hacía chistes de los que nadie se reía. El destino quiso que unos años antes de la gran crisis sus padres se mudaran de Solano a una pequeña casa de la Avenida Calchaquí, dato que pocos sabían y que Raymond escondía como un tesoro. Por suerte para él la ubicación geográfica era más importante que la genética en este distrito, a diferencia de otros en donde las guerras se sucedían por motivos raciales, de edades y hasta por la altura.
-Vamos a cazarlos Martin y a hacerlos pagar por la muerte de Dani- , le dijo con obsecuencia el conductor sabiendo que era lo que su jefe quería escuchar. Vera no le contestó, solo miraba fijamente a través del parabrisas roto.
Cuando el convoy de vehículos ingreso a zona cero las calles estaban despobladas. Las precarias casas también parecían estarlo.
-¿Dónde están estos mugrientos?, se preguntó Vera. Su voz manifestaba una furia extrema.
Recorrieron varias cuadras a baja velocidad. Los más de 20 jóvenes armados apuntaban hacia las casas con el gatillo presto. Todos ellos soñaban con atrapar a alguno de los hermanos. Eso sería para el afortunado un cambio rotundo en su vida. Casi con seguridad sería recibido por el Rey Miguel e invitado con honores a uno de sus grandes y famosos banquetes donde la comida era abundante y fresca.
Los vehículos dieron un par de vueltas sin ninguna señal de los lugareños. El Jeep que encabezaba el convoy frenó y sus ocupantes bajaron y se reunieron en medio de la calle. Martin hizo un gesto a los demás y todos bajaron y se acercaron siempre con sus armas listas para disparar ante el menor movimiento.
-Estén atentos, esto no es normal. Algo están tramando. Raymond, vos andá con tu grupo hacia el sur y vos con el tuyo, al norte-, le indicó a Javier, otro “oscuro" como Raymond González que vivía en el centro del distrito.
-Nosotros nos quedamos acá, cubriéndolos-
Todos sabían que esto era mentira. Se quedaba porque no quería adentrarse en territorio enemigo. Allí cada vivienda era un potencial nidos de rebeldes violentos. Pero ninguno se quejó. No les convenía quejarse.
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Los hermanos continuaban sobre el árbol analizando los pasos a seguir.
-Cuando llegue al arroyo, das el aviso-
Sergio asintió y observó con satisfacción como los cazadores se separaban en grupos.
Aníbal se aferró a su morral y con movimientos felinos se dirigió nuevamente hacia el arroyo Las Piedras. Una vez allí, se escondió detrás de una pared derruida y esperó unos minutos. Levantó la cabeza con cuidado por sobre la pared y observó el árbol donde estaba su hermano que sacó un brazo de entre las ramas haciéndole un gesto con el dedo pulgar. Aníbal contestó repitiendo el mismo gesto. Un tosco sonido de ave salió de la copa de aquel árbol. En los alrededores, dentro de algunas de las casas elegidas especialmente para el contraataque emergieron como trombas ejércitos de hombres rugiendo, armados con palos y piedras y se dirigieron hacia los tres grupos de cazadores. Estos, a pesar de que estaban preparados para algo así se sorprendieron de la enorme cantidad de atacantes. Nunca eran tantos. Aquello era una emboscada preparada por los líderes rebeldes.
Martin sintió una punzada en el estómago. <Hijos de puta>.
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La lucha fue feroz. Los cazadores pese a ser sobrepasados en cantidad lucharon con valentía pero los rebeldes los vencieron sin atenuantes. Muchos de ellos se ensañaron en la batalla y no era para menos. Habían visto caer a sus familiares bajo el fuego enemigo. Los vieron llevarlos como presas salvajes y sabían muy bien del trato que le daban en las fábricas. Ninguno de ellos tenía esperanzas de que estuvieran con vida. El hecho de que salieran de “caza" de manera continua hablaba a las claras de que necesitaban reemplazar la mano de obra y esto no significaba otra cosa que aquellos que se habían ido ya no volverían nunca más.
Cuando la feroz contienda terminó Aníbal se acercó al jeep en el que había llegado Martin. En el trayecto miraba a sus hermanos y los felicitaba. Tenían sus cuerpos ensangrentados pero todos sonreían. Los cazadores más afortunados estaban inmovilizados, atados de pies y manos y con sus rostros deformados por los golpes recibidos. Otros estaban en el suelo, sin vida.
Aníbal se reunió con Sergio en el vehículo y lo abrazó, feliz de haber ganado la batalla.
-¡Bien Sergito, lo hicimos!
 Luego se subió al capó y levantó los dos brazos en señal de triunfo, gesto que fue acompañado de un griterío ensordecedor de su gente.
-Hermanos... ¡lo hicimos!-
Los alaridos se multiplicaron nuevamente.
Sonriendo, buscó entre la multitud a alguien. Cuando lo encontró lo llamó con un ademán.
De en medio del exultante gentío salió Raymond González. Lucía con orgullo el premio máximo. Tenía a Martin Vera. Se acercó y lo arrojó con violencia contra el suelo.
-Buen trabajo Ray, muy buen trabajo.-
Aníbal y Raymond se abrazaron con fuerza. Los vítores se escucharon como en un circo romano.
-Hermanos, esto es solo el primer paso hacia nuestra libertad, hoy son estos cazadores, mañana será el Rey Miguel y después todo el distrito. Nacimos libres y moriremos libres y si para eso tenemos que ir a la guerra, entonces iremos a la guerra...El recuerdo de nuestros hermanos muertos lo merece-.
Las palabras del líder rebelde fueron festejadas con devoción religiosa.
Una guerra se acercaba y el primer botín de esa contienda era Martin Vera. Aníbal sabía que podía negociar con él, conocía su oscuro secreto, ese que podía llevarlo a la muerte si se daba a conocer. Y Martin también conocía el de su contrincante. Sabía que ese líder incorruptible y feroz defensor de la libertad de los oprimidos, ese hombre que dedicó su vida a derrocar a aquel que muchos llamaban “Rey Miguel" era en realidad el hijo no reconocido del vil monarca.
                                                                                                                  FIN





1 comentario:

  1. Sigue sin gustarme la parte homosexual de la historia, más alla de eso, está genial!

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