viernes, 6 de marzo de 2015

Rústicos

Los orígenes de los equipos de fútbol de barrio muchas veces son realmente pintorescos. Las historias detrás de ellos escapan a la imaginación de la mentes mas soñadoras. 
Esta es una de ellas.
Todo se remonta a mediados de la década de 1980 en la localidad de Berazategui,en el sur del conurbano bonaerense. Allí es donde nace Martín Vera en el seno de una humilde familia dedicada a la cría de gallinas y cerdos.
El pequeño "Tinchín"-como le puso con afecto un carretero llamado Claudio Mangifesta que le compraba huevos al por mayor a la familia-,comenzó a forjar su amistad con otros niños del barrio. 
Los hermanitos Amarilla,Anibal y Sergio,los traviesos Ale Chandaré  y Daniel Gómez y el ruliento y diminuto Angel Corso eran sus cómplices de travesuras. 
Sus días pasaban felices,cazando pajaritos con la gomera o tirándole piedras a los colectivos que pasaban por la alejada avenida Vergara. 
En ese humilde pero para ellos feliz contexto estos chicos comenzaron a sentir su amor por el fútbol. Claudio-el"tano"para todo el barrio- en sus tiempos libres los observaba jugar y cuando ya cansados de correr en el potrero se sentaban a descansar, este les contaba historias de jugadores maravillosos que hacían estragos en las defensas de los equipos de la primera división argentina. Ante la imposibilidad de poder ver a esos cracks en vivo y en directo -la televisión era un lujo imposible para sus familias- ellos se encargaban de recrear en sus cabecitas cada detalle usando la imaginación, esa que fluye en abundancia en cualquier chico del mundo.
Aquellos días pasaban en ese potrero maltrecho a dos cuadras de la casa de Martín, donde el barrio de casas bajas se perdía de a poco entre árboledas y grandes pastizales. Allí corrían descalzos tras una pelota hecha con bolsas y trapos con arcos formados de pilas de piedra y en donde la altura del travesaño imaginario dependía de que tan alto era el improvisado arquero. 
Un día de poca venta,Claudio los vio jugando y decidió bajar del carro, no sin antes tomar algo de entre las cajas de huevos. Mientras su caballo pastaba mansamente se acercó al baldío y los llamó. Los chicos se acercaron esperando a escuchar algún nuevo relato futbolero y formaron aniosos un círculo alrededor de él. Claudio tenía en las manos una bolsa de arpillera. Los pibes esperaban que de ella sacara pan, de esos que solían regalarle en las panaderías de la zona y que él siempre repartía a los chicos del barrio. Pero no. Claudio sacó de la bolsa un juego remeras usadas, viejísimas. Algunas de ellas estaban rotas, otras desteñidas y hasta algunas estaban manchadas.
-"Son un poquito rústicas...",dijo Claudio casi como una disculpa ante una posible queja.
-"¡Siiiiiii,están re rústicas!",exclamó fervoroso Dani, obviamente sin entender muy bien el concepto. 
Esa bolsa casi mágica se llevaba todas las miradas. De ella salía una remera detrás de otra, todas de idéntico color y diseño. 
-"¡Faaaaaaaa,camisetas de Argentina!",dijo Tinchin con los ojos desorbitados mientras Claudio asentía sonriendo. No era necesario decirles de dónde provenían...¿Para qué decirles que eran pijamas rayados que habían tirado de un colegio de pupilos? Los pibes eran felices y eso era lo importante. 
"¡Pero no tienen número!", dijo un tanto contrariado Angelito mientras se limpiaba sin pudor la nariz con el antebrazo.
-¡¿Qué importa?! ¡Tengo camiseta!", grito entusiasmado Anibal,el zurdito habilidoso de gambeta endiablada.
Claudio se rió a carcajadas. "Déjenme a mi", les dijo y sacó de su bolsillos varios papeles,bolsitas y algunos cigarrillos sueltos. Hurgó entre ellos hasta que encontró lo que buscaba. Una cinta aisladora.
"¡Bieeeeeeeeeeeeennnnn!",gritó el piberío saltando entre los altos pastos cuando el Tano hizo un burdo número 11 en la espalda de Anibal.
Uno por uno se las pusieron mientras el carretero dibujaba en sus pequeñas espaldas distintos números con la cinta. Al pequeño Angel la "camiseta" le quedaba enorme,llegándole hasta casi las rodillas pero aquel detalle poco le importaba. El número 10 recién estampado la hacía un objeto preciado del que no iba a desprenderse nunca más.
Agradecidos por el regalo, los pibes salieron corriendo en busca de la pelota para seguir jugando...claro,esta vez estaban enfundados en las que para ellos eran las mejores camisetas del mundo. Los sueños de gol ahora iban a ser en colores.
Los años pasaron y aquellos niños crecieron,manteniendo la amistad y ese amor irrefrenable por el fútbol. Y aunque hoy ya no usan remeras viejas sino camisetas de marca,como detalle,todos los números los siguen haciendo con cinta adhesiva en recuerdo del querido tano Mangifesta. Y el nombre del equipo, elegido por voto unánime,fue"Rústicos",como no podía ser de otra manera.

                                                                                                                 FIN